domingo, 29 de marzo de 2009

Paris, Je T'aime

Claro que me enamoré de París y me enamoro una y otra vez cuando vuelvo a ver "Paris Je T'aime", obra cuya calificación en imdb es de 7.5 (no ahondaré respecto si es correcta la calificación o no). Una de las cosas que más pueden destacarse de este film es la originalidad de su planteamiento: una serie de 18 cortometrajes localizados en 18 distintos lugares de la mundialmente conocida "Ciudad del Amor". En principio, cuesta un poco darse cuenta de este pequeño detalle que la hace diferente al tipo de película "Hollywood" al que normalmente estamos acostumbrados, pues existe una conexión muy bien lograda entre los cortometrajes, principalmente en base a imágenes que introducen muy bien la siguiente historia.

Con una duración de alrededor de 1 hora y 40 minutos, nos muestra el amor desde distintas perspectivas: el que podríamos llamar como el amor casual, ese que uno se encuentra en las circunstancias más extrañas ("Montmartre"); el eterno amor de una madre hacia su hijo ("Place des Victoires"; la extraña atracción entre dos personas y el tópico del amor no tiene barreras ("Le Marais"); encuentros que dejan una marca ("Place des Fetes"); el amor olvidado que puede volver a resucitar ("Bastille"), por mencionar algunos. Destaca la actuación de Natalie Portman, Elijah Woods, Rufus Sewell, Maggie Gyllenhaal dentro de los más conocidos.

La película produce la sensación de que el sentimiento se profundiza, se intensifica, para concluir con una sensación de calma y el consecuente enamoramiento que nos produce París. Como punto digno de destacar, es el concepto del amor que se destaca como una unidad, ya que cada historia marca distintos puntos llamativos de la ciudad en su totalidad. Es decir, París = amor. Asimismo, nos muestra que hay tantas historias paralelas sucediendo al mismo tiempo y en lugares muy cercanos; una realidad que pocas veces nos damos el tiempo de ver.
Una película que, definitivamente, no te pueden contar.
"Sentía que me había enamorado de París y que París se había enamorado de mí".

jueves, 5 de marzo de 2009

Destellos acerca del espacio

Hace un tiempo atrás discutía con mi hermana acerca de las historias y el espacio que las contienen. No es algo tan genial ni tan trivial. Pero sin duda es algo que no debería dejar indiferente a alguien que se dice llamar “amante del cine”.

El espacio, al menos en el cine, es algo más que el suelo por el que se camina, o aquello que en una toma no tapan – pensando bidimensionalmente – los personajes al realizar sus acciones. Es aquello que imprime un carácter en la obra, cuya participación en la misma es tan fundamental, como la existencia del oxígeno para la vida.


Mientas tanto, pensemos en nuestras vidas… ¿qué sería de ellas si no se hubiesen desarrollado en tal o cual lugar? ¿Hablaríamos igual? ¿Pensaríamos del mismo modo? La respuesta lógica que aparece es un categórico No.

Ahora, si esta consecuencia la llevamos al cine, podemos encontrar la respuesta a que una película nunca se pueda adaptar a una realidad geográfica distinta a la que fue pensada, sin tener como resultante la pérdida de la esencia que gobierna la obra. Es por ello que “Play” y “Amèlie” nunca serán iguales, aún cuando las acciones parecen haber atravesado el continente, porque de por medio existe una realidad urbana que no puede ser canjeada, y que regalan idiosincrasia; y es por ello que “Jules et Jim” nunca será siquiera similar a “Vicky Cristina Barcelona”, aún cuando ambas se esmeren en provocar de la misma forma. El espacio genera arraigo en la persona-personaje, y todas las dimensiones asociadas que se encuentran inmersas en él, que van desde la música hasta las condicionesmeteorológicas, y pasando por el tiempo.


Por lo tanto, el personaje está en función del espacio (el conjunto de dimensiones exteriores a los interpretados), que le otorgará una impronta que lo marcará como individuo. De ahí, que el personaje en el cine (al menos en este oficio) nunca pueda, o mejor dicho deba, ser reproducido, al menos que exista un paralelismo temporal y topológico(no en el sentido matemático, sino en relación al lugar) que asegure la fidelidad de la presentación o


re-presentación de esa realidad.

miércoles, 4 de marzo de 2009

Hiroshima Mon Amour


La memoria siempre acusa su fragilidad. Pero, a veces existen ciertos hechos notables que permanecen, e intentan derogar esta temible condición. Una persona, una pintura, un día, una luna, o una frase cuyo recuerdo(s) siempre vuelve al presente, casi tan fresco(a) y tangible como la primera vez.
Hoy es el turno de una película de Alan Resnais de 1959 llamada Hiroshima Mon Amour, unas de las primeras del movimiento conocido como Nouvelle Vague, y bastante aclamada durante su presente. Pero también lapidada por minorías que alegan la lentitud en el ritmo del guión, y la sensación de aburrimiento que provocaría.
Nada de eso.

Hiroshima Mon Amour es la clave de una generación marcada por la guerra. Es la clave de cómo la humanidad recompone sus fracciones e intenta seguir viviendo en la vertiginosidad del “progreso”. Es la clave de cómo los hombres vuelven a amar y a odiar, a seguir, incluso cuando las heridas de la guerra son tan punzantes como el primer día. Es un ícono generacional reducido al sexo y a la pasión; pero que nos habla de muchas más cosas de las que sus imagenes nos indican. [Al parecer por la facilidad y velocidad de los fotogramas, que separan en parte la unidad visual del maravilloso guión]

Creo que hay dos partes fundamentales que arrojan luces de lo que nuestros ojos ven.


Primero, el inicio casi sublime; la imagen de secciones de cuerpos entrelazados, mientras las voces de los protagonistas afirman, ceden y contradicen en la percepción de la historia “reciente” de la ciudad. La visión del habitante versus el turista. Del que vivió el sufrimiento de la bomba atómica y de aquel que lo leyó en los diarios. Es el dolor insensible que aparenta experimentar el que arrulla en sus brazos al inconsolable.

Y el segundo, en un restaurant, la protagonista recuerda el amorío que tuvo con un nazi en plena guerra en el pueblo de Nevers, rememora su muerte (del nazi) y su propia muerte; la perdida de su propia vida por la inexistencia de su razón primera. El japonés toma parte en la historia, pasa a ser el difunto, y sirve de apoyo en el desgarrador relato. Pero él tampoco es capaz de encarnar el dolor de las palabras, es espectador pero nunca partícipe directo.Es el relato vacío que se despliega en la sordera de quién no vio la realidad, esa realidad.
Virginia Woolf habla del ave que continúa cantando su melodía vacía, y que mayor ejemplo el que se ve en el hombre de la guerra mundial, aquel que implota siempre, y que continua su camino con el alma pulverizada, siempre con el alma pulverizada.¿Acaso no hay en cada ser humano desgarrado por la historia, la soledad del discurso desamparado? Porque siempre se lleva en la mente, lo que al ser sonido se vuelve sordo.